Ingredientes:
- 4 calamares grandes
- 4-5 cebollas medianas
- Vino blanco
- Aceite de oliva
- Sal
Aunque lo podamos encontrar durante todo el año, ésta época es la mejor para consumir el repollo, o la col, como prefiráis llamarlo. Tengo la impresión de que no es demasiado popular por estos lares, pero sin embargo se trata de un alimento muy rico en fibra y vitaminas A y C. Además, podemos comerlo tanto crudo como cocinado. ¿Y qué mejor que hacerlo acompañado de legumbres para ayudarnos a absorber su hierro? Porque, por si no lo sabías, al contrario que el calcio o la cafeína, la vitamina C facilita la absorción de este mineral, tan esencial para nuestro organismo.
Es muy posible que si pensamos en alimentos con hierro, nos vengan a la cabeza las lentejas o las espinacas, pero no son los únicos. Lo mejor contra la anemia es la carne, pues su hierro es de alta absorción, al igual que el hígado, la morcilla... El caso de las legumbres es diferente, puesto que aunque su contenido es alto, el cuerpo no lo asimila con tanta facilidad y es necesaria la vitamina C.
Y por variar un poco, he escogido la soja. Sí, es una legumbre, aunque lo más usual sea consumirla en brotes, tofu... Además sus beneficios son innumerables, especialmente para las mujeres a la hora de combatir los trastornos menopáusicos.
El trigo sarraceno, también conocido como alforfón, es considerado un cereal, debido a que sus características son bastante similares. Su uso no está muy extendido en España, a pesar de poseer unas propiedades destacables: tienen un alto valor proteico y no contiene gluten, lo que lo hace apto para celíacos. Además es muy energético y nutritivo, y al parecer, tomarse el caldo de su cocción es altamente beneficioso para los diabéticos.
Tiene un sabor algo particular, pero su utilización es prácticamente la misma que la del arroz: como acompañante, para rellenar... incluso en sopas o guisos.
Hace tiempo que quiero preparar una crema de zanahoria, pero para hacerla un poco más apetecible para el sujeto de siempre, he optado por acompañarla con trigo sarraceno. Bueno, ese ha sido mi caso, en el suyo, el plato ha acabado siendo mucho alforfón acompañado de algo de crema de zanahoria.
Por un lado preparamos la crema. Para ello cortamos todas las verduras y la patata en trozos grandes y las rehogamos durante unos minutos en una cazuela con un poco de aceite. Echamos una pizca de sal, el ramillete de hierbas y cubrimos con agua (800 ml aproximadamente). Dejamos que se cocinen durante 20' y quitamos las hierbas aromáticas. Apartamos 2 o 3 cazos de caldo y las trituramos.
Aparte cocinamos el trigo sarraceno en una cazuelita con 2,5 veces su volumen en agua, una pizca de sal y la hoja de laurel. Estará listo en 15'-20'. Entonces quitamos el laurel, añadimos la nuez de mantequilla y removemos hasta que quede bien integrada.
Para montar el plato, ponemos el trigo sarraceno en un aro de emplatar y lo colocamos en el centro de un plato hondo. Lo rodeamos con la crema de zanahoria, espolvoreamos un poco de perejil y ¡listo!
Según qué consistencia queráis que tenga la crema, podéis quitar más o menos caldo antes de triturar.
Por otro lado, antes de cocinar el trigo sarraceno hay que retirar los granos negros, pues son los que están sin pelar, y aunque no es como el arroz, que se pasa tan fácilmente, sí que no queda igual si se hace demasiado, hay que hacerlo lo justo para que quede bien suelto.
A la crema de zanahoria no tenéis por qué ponerle patata, pero le da cierta cremosidad. Lo que sí que podéis ponerle es alguna cebolla o un poco de apio.
Llevo unos días sin zanahoria en la despensa, y me las estoy apañando como puedo...
¿Os acordáis del relleno de crema de mascarpone y frambuesa que utilicé para la tarta fondant? Pues sobró bastante. Pensaba haberla utilizado para rellenar más cupcakes, pero decidí variar un poco, y hacer estas galletas de queso.
Son bastante similares a las típicas pastas de té, de modo que si algún día las servís en una 'Tea-Party', y no me refiero al movimiento político estadounidense, a todo el mundo le sorprenderá ese toque a queso que seguro no se esperan.
Batimos bien la mantequilla con el azúcar hasta obtener una mezcla cremosa, añadimos el huevo y volvemos a batir. Agregamos el queso con las dos cucharadas de mermelada y las frambuesa,s y mezclamos. Echamos la pizca de sal.
Ahora añadimos la harina poco a poco, hasta que tengamos una bola de masa que no se nos pega a las manos. La envolvemos en papel film y la metemos al frigorífico una hora.
Pasado ese tiempo la sacamos, la estiramos con un rodillo y hacemos las galletas con un cortapastas. Hundimos el centro con el pulgar y ponemos un poco de mermelada de frambuesa.
Las horneamos a 200ºC durante unos 10'-12' o hasta que empiecen a dorarse, y las sacamos. Las pasamos a una rejilla para que terminen de enfriarse y ¡listo!
Los ingredientes, como siempre, han de estar a temperatura ambiente.
Por otro lado, cuanta menos harina lleve la masa mejor, pues más blanditas y jugosas quedarán.
Puesto que ya las decoramos con mermelada, podéis no añadírsela a la masa, o al revés, echar más en la masa y no decorarlas después. También podéis sustituirla por mermelada de arándanos, de frambuesa...
O aseguro que tengo ganas de que pase algo para poder volver a colgar alguna foto como la de la catástrofe de la quesada o la crema de limón, pero...
El risotto, como la mayoría sabréis, es un plato típico italiano a base de arroz. Lo más característico suele ser su cremosidad y el ingrediente fundamental, el queso parmesano.
El tipo de arroz a emplear, suele ser de grano redondo y pequeño, para absorber bien el caldo y soltar el almidón, pero como no todos tenemos arroz arborio o carnaroli en casa y además son algo caros, vamos a emplear el arroz redondo de toda la vida. Tiene bastante almidón y los risottos quedan estupendamente.
Calentamos en una cazuela el aceite con la mitad de la mantequilla. Picamos los dientes de ajo y los añadimos. Antes de que empiece a coger color agregamos el puerro, también picado. Dejamos que se haga durante 5' a fuego suave e incorporamos la setas y los champiñones, limpios y laminados. Salamos y cocinamos 5' más.
Añadimos el arroz y rehogamos durante un par de minutos, echamos el vino algo templado y cuando se haya evaporado todo el alcohol, 400 ml de caldo caliente. A medida que se vaya quedando sin líquido, vamos agregando poco a poco el caldo restante y así hasta que pasen los 18-20' que necesita el arroz para cocerse. Entonces lo apartamos del fuego, incorporamos la mantequilla y el queso rallado, y removemos hasta que queden bien integrados. Dejamos reposar 5' y lo espolvoreamos con perejil. Lo servimos acompañado de queso rallado y ¡listo!
El hecho de añadir el caldo poco a poco, hace que el arroz suelte su almidón y acabe con esa cremosidad tan característica de los risottos. Eso sí, no esperéis a que se evapore todo para añadir el siguiente cazo, pues es bastante probable que acabe pegándose al fondo de la cazuela. Recordad que al final tiene que quedar cremoso, de modo que el último cazo no debe absorberlo del todo.
Como no necesitamos que los granos queden tan sueltos como en una paella, podemos remover de vez en cuando. Y mucho ojo con la sal del caldo, pues como os paséis, al evaporarse durante la cocción, el risotto quedará aún más salado.
El caldo de pescado, si tenéis tiempo es mejor que lo hagáis en casa, pues podéis controlar los ingredientes y en especial, el contenido en sal. Por lo general, los comprados suelen tener un alto porcentaje, de modo que las probabilidades de que el risotto quede demasiado salado son mayores.
Unas gambas le habrían ido de perlas. Yo no tenía, pero no dudéis en añadirle un buen puñado si las tenéis a mano. Y si no tenéis parmesano, no pasa absolutamente nada, podéis usar el queso curado que más os guste.
Dejadme pensar... Aparte de que me ha dado bastante rabia abrir el congelador y no encontrar la bolsa de gambas, creo que no ha ocurrido nada reseñable.
Mi segunda tarta fondant, y esta vez, perfecta. No es difícil una vez has dado con la fórmula correcta, pero eso sí que ha llevado su tiempo; bueno, más que tiempo, algún que otro intento fallido.
La tarta consta de un bizcocho, tipo el Victoria's Sponge Cake, relleno de crema de mascarpone y frambuesa, cobertura de fondant y decoración con pasta de goma.
El bizcocho es bastante compacto, para poder aguantar bien el peso de la decoración, y no demasiado dulce, para compensar el exceso de azúcar glass del fondant y demás.
Eso sí, atentos a los consejos que doy abajo, pues es importante tenerlos en cuenta.
Batimos bien la mantequilla en pomada con 200 gr de azúcar, hasta obtener una pasta cremosa. Añadimos un huevo y tres yemas y mezclamos.
Ponemos en un vaso batidor la zanahoria pelada, el zumo y el yogur y batimos bien. Tamizamos la harina con la levadura y la sal y vamos echándola poco a poco en la mezcla, alternando con el batido. Mezclamos con una espátula y hasta que una cosa no está bien integrada no añadimos la siguiente.
Montamos las claras sobrantes a punto de nieve con el azúcar restante y lo agregamos mezclando suavemente con una espátula y de forma envolvente. Engrasamos el molde que vayamos a usar y vertemos en él la masa.
Lo horneamos a 180ºC durante 45' o hasta que pinchando con un palillo, éste salga seco. Lo sacamos del horno, dejamos que se enfríe 5' y lo desmoldamos para que termine de enfriarse sobre una rejilla.
Batimos bien todos los ingredientes de la crema con unas varillas. Entonces, abrimos el bizcocho por la mitad y ponemos una capa generosa. Lo cerramos y lo embadurnamos con la misma.
Para hacer el pegamento, diluímos el Gum-Tex en un par de cucharadas de agua caliente. Si no termina de diluirse, lo metéis en el microondas unos segundos y estará.
Para cubrir con fondant:
Estiramos el fondant verde sobre una superficie limpia y espolvoreada con azúcar glass, lo colocamos sobre la tarta y cortamos los bordes sobrantes con la ayuda de un cuchillo. Presionamos suavemente para que se adhiera.
Para hacer las hojas:
Estiramos la pasta de goma verde sobre una superficie también limpia pero engrasada, y cortamos varias hojas de dos tamaños distintos. Cuántas, dependerá de cuán grande queráis hacer el círculo, yo he necesitado unas 15 de cada. Entonces, pintamos la parte posterior de las hojas con un poco de pegamento y hacemos un círculo con las más grandes, a unos 5 cm del centro, más o menos. Hacemos otro más pequeño montando las hojas pequeñas sobre las grandes y si sobran, podéis hacer otro círculo interior.
Para hacer la flor:
Estiramos por último la pasta de goma color berenjena y con un cortapastas de flor de varios pétalos alargados, hacemos tres flores grandes, tres medianas, y dos pequeñas. Si tenéis más tamaños podéis hacer más. Estiramos la más grande con un rodillo y la colocamos en una huevera para que tome forma curva, pintamos el centro con un poco de pegamento y colocamos otra de las grandes sin superponerla, de modo que los pétalos queden alternos. Lo mismo con la tercera. La primera de las medianas también la estiramos, y así sucesivamente hasta colocarlas todas. Dejamos secar durante media hora y la colocamos en el centro de la tarta, encima de las hojas.
Derretimos un poco de mantequilla y con un pincel de maquillaje sin usar, pintamos el fondant. Dejamos que se seque unos minutos y ¡listo!
Si empieza a dorarse demasiado el bizcocho, lo que hay que hacer es cubrirlo con papel albal y bajar un poco la temperatura del horno. Ésta y el tiempo de horneado dependen mucho del horno de cada uno, así que atentos, y debe enfriarse bien para poder manipularlo.
En cuanto al fondant y la pasta de goma, es muy importante que seáis rápidos trabajando con ellos, pues se secan fácilmente. Si ocurre esto, amasáis de nuevo y si están excesivamente secos añadís alguna gota de agua.
Podéis sustituir el batido de yogur, zumo y zanahoria por otra cosa, siempre que se trate de unos 250 ml de líquido, pues si no, el bizcocho quedará demasiado compacto y seco.
Sin darme cuenta he echado unos 100 gr de harina para pizza, es decir, con levadura incorporada, de modo que pensando que no le haría falta más levadura, no le he echado. ¿Y qué ha pasado? Que el bizcocho no ha subido nada de nada. Está rico, pero demasiado compacto, aunque como lo mojo en leche ni se nota.
Hace unas semanas haciendo zapping, topé con el canal Divinity. No lo suelo ver porque la mayor parte de su programación está dedicada a los realities, pero en ese momento estaban emitiendo "Dulces e increíbles", o algo parecido. No lo había visto nunca, pero con ese nombre decidí darle una oportunidad y ¡era de tartas! Estaban haciendo auténticas maravillas para decorarlas. Pero no os imaginéis la típica con nata, unas guindas y cuatro tonterías más, no, no. Hablo de que por ejemplo, representaron la escena del té de Alicia en el País de las Maravillas con tartas. Bueno, tartas, fondant y pasta de goma.
La pena es que no te enseñan, sino que te muestran la parte "ingenieril" del montaje, de modo que he tenido que apañármelas para dar con una fórmula que funcione. Después de varios intentos fallidos, muy fallidos, di con una que me sirvió, pero no me dejó del todo satisfecha, puesto que se resquebrajaba bastante. Más tarde descubrí, que no había sido tanto por las proporciones como por haberla metido en el frigorífico antes de usarla. Así que ya sabéis, nada de reposo, a usarla inmediatamente.
El fondant es una masa bastante manejable hecha a base de azúcar glass, que suele usarse para cubrir tartas y cupcakes. Como se seca en seguida, no es muy apta para hacer figuras y para eso se utiliza la pasta de goma (también os enseñaré, no os preocupéis).
Otro aspecto a tener en cuenta es el bizcocho, pues ha de ser bastante compacto para que aguante el peso del fondant y poder trabajarlo y darle forma sin que se nos deshaga.
Y dicho esto, aquí tenéis el primer paso (o segundo, más bien, puesto que el primero sería el bizcocho) para dejar boquiabierto a todo el mundo con vuestras tartas.La mía me ha quedado... ya la veréis.
Ponemos un cuenco al baño maría y agregamos el agua fría y la gelatina. Cuando se ha disuelto añadimos la glicerina, después la glucosa y cuando se ha diluido del todo, la mantequilla. Cuando tenemos todo bien disuelto, hacemos un hueco en el montón de azúcar glass (reservamos unos 100 gr para amasar después) y lo vertemos. Mezclamos primero con una espátula y cuando empieza a endurecerse pasamos a amasar con las manos. Vamos añadiendo más azúcar a medida que nos lo va pidiendo. Añadimos unas gotas de colorante en gel y seguimos amasando hasta que deja de pegársenos a las manos.
La estiramos con un rodillo sobre una superficie limpia, espolvoreada con azúcar glass y ¡lista! Ya sólo nos queda cubrir la tarta, unos cupcakes, hacer unas florecillas...
Es importante utilizarlo de inmediato, pues de lo contrario se seca y se vuelve quebradizo. De todos modos, si no lo vais a usar en el momento, podéis envolverlo en papel film y guardarlo a temperatura ambiente. Cuando vayáis a usarlo, tendréis que amasar bastante e incluso puede que tengáis que humedecerlo >con unas gotas de agua.
Para adherirlo a la tarta, debéis embadurnarla con alguna crema o almíbar y una vez la tengáis decorada, para darle brillo podéis pintar el fondant con un poco de mantequilla derretida, veréis cómo mejora.
Como el fondant tal cual puede resultar bastante empalagoso, lo que he hecho ha sido añadirle unas gotas de esencia de naranja al líquido. Puede ser cualquier aroma, pero siempre procurando que la cantidad sea la mínima posible.
No es de hoy, sino de hace un tiempo y en varias ocasiones: todos los intentos previos e incomestibles antes de dar con la fórmula definitiva. Empecé con una receta que decía que había que poner el azúcar al fuego con agua... y luego verterlo sobre una superficie y trabajarlo hasta que empezara a hacerse manejable. No sé si realmente funciona, pero os puedo asegurar que a mí no: acabé con un mazacote de azúcar al que era imposible casi clavarle un cuchillo. La segunda ocasión ocurrió algo similar. En la tercera, usé una receta muy similar, pero recomendaban meterla en la nevera durante varias horas. ¿El resultado? Puede utilizarlo, pero se me resquebrajó entero, para muestra una foto. ¿Os suena esta tarta?
'No hay en el norte tierra más linda que Santoña, ni una imagen que brille con tanto esplendor. Porque Santoña con sus hazañas marineras, Juan de la Cosa el Nuevo Mundo fue con Colón quien descubrió. Ya se oye el baile...'
Voy a hablaros un poco de esta villa marinera antes de sumergirnos en su gastronomía, para que no andéis a ciegas. A muchos os sonarán sus famosas anchoas, pero seguro que poco más.
No os podéis hacer idea de cuánto he tenido que cribar; una se emociona escribiendo acerca de su tierra y pasa lo que pasa.
A los pies del monte Buciero y bañada por las aguas del Cantábrico se encuentra una de las más antiguas villas marineras de la cornisa cantábrica: Santoña.
Numerosos fuertes y baterías militares custodian desde hace siglos la entrada a la bahía del mismo nombre, y uno de los puertos pesqueros más importantes del norte da abrigo a numerosos barcos que salen cada día a faenar. Si bien entra pescado durante todo el año, es en primavera cuando la venta bulle de actividad con la captura del boquerón; y le siguen los meses de verano, época en que a los boniteros les es difícil encontrar días de asueto.
Es alrededor de esta actividad que se ha desarrollado una de las industrias conserveras con mayor fama del país. La mayoría conoceréis las famosas anchoas que Don Revilla reparte doquiera que va, pero a lo mejor, no tanto las conservas de bonito, de atún, de mejillones en escabeche... Son de una calidad suprema, por redicho que suene.
Pero su encanto va mucho más allá. La Reserva Natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel, es un auténtico paraíso para amantes de la ornitología o de la naturaleza sin más, pues miles de aves acuáticas anidan cada año en estos humedales, y para los amantes del senderismo, a 367 m del nivel del mar se alza la cima del monte Buciero (vale, no es el Everest), donde diversas rutas comunican los lugares más emblemáticos: el Faro del Pescador, la atalaya, el Fuerte del Mazo, el de San Carlos... y el Faro del Caballo. A unos 4 km de centro urbano, en pleno monte Buciero, se encuentra este faro abandonado, cuyo único acceso es una escalinata más de 700 peldaños; hasta el agua unos 760. Los he contado en más de una ocasión pero jamás he obtenido la misma cifra dos veces.
Para el final me dejo lo que más suele gustar: sus dos playas. La de San Martín, en pleno pueblo, donde las mansas aguas de la bahía permiten nadar tranquilamente, y la playa de Berria. A 1 km escaso del centro, se encuentra esta playa de 2 km de largo. La arena es limpia y fina, y sus olas salvajes, perfectas para hacer surf, pero hay que ser prudentes, pues como dice mi abuela, 'la mar es traicionera' y tratándose de mar abierto más aún.
Si os acercáis de noche a pasear por el Pasaje, que es como llaman al paseo marítimo, los norayes iluminados, las luces de las cañas de los pescadores que se apostan ahí cada anochecer y el suave murmullo del mar os guiarán a lo largo del camino.
Antes de nada, debéis saber que no voy a hablaros de grandes restaurantes con mantelería de tela y cubertería fina, sino de los típicos bares de pueblo, con un toque rústico, si no viejo y sus manteles de papel, si es que tienen mesa, claro. Y es que en general, están pensados más para ir de ronda con los amigos que para sentarse y cenar tranquilamente, y a mí, personalmente, es lo que más me gusta. Además, el buen comer y la diversidad está garantizados, las cañas son generosas y no vuelves con la cartera vacía a menos que hayas salido con cuatro duros, perdón, euros.
Es uno de los más antiguos de Santoña, y como ya os he contado en alguna ocasión, las patatas bravas han sido siempre la marca de la casa: con tomate frito casero, como debe ser. No hará mucho que ha cambiado de dueños y si antes ya era difícil encontrar mesa, ahora es casi imposible hacerse un hueco en la barra siquiera. De estar prácticamente vacía, ha pasado a albergar gran variedad de pintxos, pero lo más destacable es el enorme queso con el que te topas al entrar: un Grana Padano de unos ¿35 kg? Algo así pesaba,creo recordar. Y lo mejor es que cuando se acaba (obviamente no está de adorno), meten dentro pasta recién cocida para que absorba todo su sabor y la sirven de tapa, un auténtico manjar. Pero ojo, que si el hambre aprieta en demasía, siempre se puede pedir un 'montón', que como su propio nombre indica, es un montón de patatas con huevo, morcilla, chorizo, pollo... y me estoy acordando de unas albóndigas de verdel en salsa verde... Es difícil quedarse con hambre, os lo aseguro.
Es otra de las visitas obligadas cada vez que vengo a Santoña. ¿Por qué? No tendréis más que ver las fotos para entenderlo: una larguísima barra repleta de pintxos. Pintxos de pulpo a la gallega, bacalao ajoarriero, de queso de cabra, de calabacín, de gulas... Tantos que me es imposible enumerarlos todos, o sí, pero mejor que los veáis por vosotros mismos cuando vayáis. Y como el propio nombre del bar os habrá hecho pensar, la oferta de vinos no es mi más ni menos que varias estanterías llenas de arriba a abajo de botellas, detrás de la barra. Vamos, tenéis donde elegir. La única pega que tiene es que es un bar algo estrecho para algunos, y para otros, que no tiene mesas, pero hay que tener en cuenta que no está pensado más que para entrar, pedirte un vino o un zurito y un par de pintxos y seguir con la ronda; o volver y comerte otro par, que no sería nada raro.
No hace falta entrar siquiera, para ver decenas de jamones colgando de la pared, pero no es lo que más nos interesa ahora, de lo que quiero hablaros es de sus rabas, de las mejores del pueblo, si no las mejores, os lo aseguro. Lo más habitual es encontrarse una "mini-raba", escondida en una enorme bola de masa, vamos, que comes más harina que calamar; pero en este lugar, lo que hacen es rebozarlo de la manera tradicional, harina, huevo y a freír, de modo que lo que te llevas a la boca es calamar de verdad, como debería ser en todo pueblo pesquero que se precie.
De aquí, lo más típico han sido siempre y siguen siéndolo los huevos yeyés, o huevos croquetones; es decir, los típicos huevos cocidos cubiertos de bechamel y empanados como croquetas. Pero no es lo único, porque en la barra también encontrarás jibiones rebozados, mejillones tigre, a la vinagreta, empanadas de bonito... casi siempre recién hechos. Y si no los encuentras no te preocupes, que no tardarán en salir de la cocina.
Es otro de los sin mesa, pero con unas tostas para chuparse los dedos: de foie, de ventresca, de ibérico... y lo mejor es que te las preparan al momento y con esmero. Y si lo que quieres es picar un poco para acompañar el vino, siempre te puedes pedir una gilda, lo que viene siendo una banderilla de aceituna, anchoa, queso y guindilla, y si no te gusta el picante, pues con pepinillo, que lo tienen todo pensado.
Si lo que queréis es tomaros una buena copa, éste es vuestro sitio. Se trata de un local tranquilo, con una decoración impecable y unos camareros que saben lo que hacen. Los gintonics que preparan son impresionantes y no es para menos, teniendo más de cien marcas distintas de ginebra. El abanico de posibilidades que tienes a la hora de elegir ron, whisky, etc. tampoco es nada despreciable, y para los amantes de la cerveza, tienen una vitrina entera a escoger con cervezas de todo el mundo y de todos los tipos, que además te sirven con su copa correspondiente. De hecho, una de las que más me ha sorprendido ha sido una sin alcohol, de cuyo nombre no me acuerdo, pero que nada tiene que ver con la típica Buckler 00.
Y por el momento lo dejo aquí. Me he dejado muchos bares en el tintero, o más bien en el teclado, pero para ir abriendo boca creo que es más que suficiente, que más vale poco y bien, que mucho y mal. Os dejo con un...
Cupcakes, cookies y macarons de alta costura, ¿os suena? Pues es el libro que me han traído los Reyes este año. Sus páginas están repletas, no tanto de recetas, sino de auténticas obras de arte. Su autora, Patricia Arrizabalaga nos desvela sus secretos para hacer deliciosos cupcakes, increíbles galletas y fantásticos macarons.
Pero como ya sabéis, yo soy un poco anárquica para seguir instrucciones al pie de la letra, de modo que he cogido unas ideas de por aquí, otras de por allá, y el resultado ha sido éste: unos cupcakes de plátano y nueces con almíbar de limón, cobertura de merengue italiano y flores de pasta de goma.
No son muy laboriosos de hacer ni los cupcakes ni el merengue italiano (algo distinto del típico, como puede ser el de unas carolinas), pero la pasta de goma ya es otra cosa. No es que sea difícil ni lleve tiempo, pero necesita unos días de reposo y hay varios aspectos a tener en cuenta a la hora de manipularla. Os enseñaré a hacerla en un futuro, pero sabed que se puede comprar, lo que resulta bastante cómodo.
Batimos la mantequilla en pomada con el azúcar, hasta tener una crema homogénea. Añadimos la yema del huevo y volvemos a batir.
Trituramos el plátano con el zumo de limón y la leche. Aparte tamizamos la harina, la levadura, el bicarbonato y la sal y mezclamos con las nueces machacadas.
Vamos añadiéndolos a la primera mezcla de forma alterna y mezclando con una espátula. Es decir, a la mezcla de mantequilla le añadimos la tercera parte de la harina y mezclamos, después la tercera parte del plátano y volvemos a mezclar... y así sucesivamente hasta acabar.
Ahora montamos la clara a punto de nieve y se la agregamos de forma envolvente.
Engrasamos unos moldes para cupcakes con un poquito de mantequilla derretida y los encajamos en otros más rígidos, para que no se nos abran. Los rellenamos hasta las 2/3 partes y los horneamos a 190º durante 20'.
Mientras tanto, preparamos el almíbar y el merengue. Para el almíbar no tenemos más que mezclar todos los ingredientes y calentar hasta que hierva.
Para hacer el merengue italiano, primero hemos de montar la clara de huevo a punto de nieve. Ponemos el azúcar y el agua en un cazo y removemos hasta que esté disuelto. Cuando empiece a hervir, dejamos de remover y lo dejamos al fuego unos 5-7'; tendremos una especie de caramelo incoloro y algo más líquido. Después lo vertemos poco a poco sobre la clara y sin dejar de batir. Añadimos unas gotas de colorante líquido (azul y rojo para obtener violeta), batimos 10' más y lo utilizamos de inmediato.
Cundo los cupcakes estén hechos, los sacamos del horno y los pintamos generosamente con el almíbar, los dejamos enfriar dentro de los moldes rígidos durante 10' y luego los desmoldamos para que terminen de enfriarse.
Para utilizar la pasta de goma, la amasamos bien con unas gotas colorante rojo (nos quedará rosa) hasta obtener un color uniforme y luego la estiramos con un rodillo sobre una superficie engrasada. Con unos cortapastas cortamos flores de distinto tamaño (4 grandes y muchas pequeñas) y las ponemos en una huevera para que queden algo curvas. Aplastamos el centro de las más grandes con una bolita y encima ponemos otra más pequeña. Se habrán secado en unos 20' y ya podremos utilizarlas.
Ya podemos decorar nuestros cupcakes. Los cubrimos bien con el merengue y en la punta ponemos las flores más grandes. Las pequeñas las repartimos por toda la superficie y ¡listo!
Como siempre, todos los ingredientes deben estar a temperatura ambiente para no tener problemas a la hora de hornear. Pero, si por lo que sea, al amasar la mantequilla con el azúcar no conseguís esa cremosidad, podéis poner el molde en el fuego al uno mientras batís. Eso sí, en cuanto lo tengáis, antes de añadir la yema, lo retiráis.
Para montar las claras a punto de nieve, añadir una pizca de sal ayuda, y si por lo que sea se os ha olvidado sacar los huevos del frigorífico, podéis montarlas en un cazo al baño maría pero a fuego bajo, sin demasiado calor.
Y huelga decir que no se puede abrir el horno hasta que vayamos a sacarlos, ¿no? Pero tened en cuenta que la temperatura y el tiempo son orientativos, pues dependen mucho del horno que utilicemos: Patricia, en el libro, los hornea a 180ºC, pero yo ya tengo comprobado que en mi horno la temperatura tiene que ser algo más alta, incluso 200ºC. Vosotros probad y veréis.
En lugar del merengue, podéis utilizar otros frostings, como uno de queso, de Nutella... y está claro que no tenéis por qué hacer florecillas, podéis hacer lo que dicte vuestra imaginación.
No es una catástrofe, pero quiero aclarar una cosa: el merengue que he usado es de ayer. No hay ningún problema en usarlo, pero como hay que volverlo a batir durante varios minutos, se baja y pierde algo de volumen. Como únicamente lo quería para cubrir el cupcake me ha venido de perlas, pero si lo queréis para decorar con una manga pastelera, mejor que lo hagáis en el momento.