Ingredientes (para 2 personas):
- 450 gr de calabacín
- 1/2 puerro (unos 80 gr)
- 1 cebolla pequeña
- 1 diente de ajo
- 150 ml de yogur natural desnatado (o kéfir)
- Aceite de oliva virgen
- Sal
- Perejil
- Cebollino
- Pimienta negra (opcional)
Antes de nada comentar que las malenas ¡no llevan azúcar! Vale, he utilizado toneladas de miel, pero he de decir en mi defensa que es muchísimo más sana que el azúcar. Tienen el mismo valor calórico, pero este último carece de valor nutricional alguno. Además, la miel posee ciertas propiedades terapéuticas. ¿A quién no se le ha presentado su abuela en mitad de un ataque de tos nocturno con un bote de miel en el cuarto? Por poner un ejemplo.
El caso es que el abuelo de Victor en Ucrania tiene abejas y cada vez que va a visitarle se vuelve con una botella de 2 litros llena de miel. Normalmente la usamos para endulzar el café, el té, o algún que otro plato árabe, donde la miel es un habitual, como en el caso del pollo con higos y miel, pero como las cantidades no son demasiado significativas, aún conservamos bastantes tarros.
Estaba deseando encontrar una receta donde pudiera usar cantidades ingentes de miel y por fin di con esta receta en un libro de cocina aragonesa. A mi padre le pregunté si como buen maño las había probado, pero me dijo que ni le sonaban, de modo que no sé si serán muy habituales, pero os aseguro que están buenísimas. A diferencia de las magdalenas convencionales, las malenas no llevan azúcar ni levadura, aunque yo le he echado un pelín para que no quedaran demasiado compactas. Además, la miel y el aroma de azahar le dan un toque peculiar que recuerda inevitablemente al roscón de reyes.
Separamos las yemas de las claras y batimos las yemas con la miel. Después añadimos la mantequilla en pomada y el agua de azahar.
Tamizamos la harina con la levadura y mezclamos con una espátula.
Montamos las claras a punto de nieve con la sal y las agregamos de forma suave y envolvente con la misma espátula hasta que estén bien incorporadas.
Llenamos las cápsulas hasta las 3/4 partes y horneamos las malenas a 160-170ºC durante 25-30 minutos, hasta que estén doraditas.
Mezclamos la cucharada de miel con otra de agua y calentamos. Barnizamos con ella las malenas recién sacadas del horno, las dejamos enfriar sobre una rejilla y ¡listo!
La miel que he usado es natural, recogida por el abuelo de Victor en Ucrania, de modo que no lleva aditivos ni está diluida. ¿Qué quiere decir? Que es bastante más densa que la que habitualmente encontramos en las tiendas, por lo que es posible que tengáis que usar un poco más de harina para que no quede demasiado líquida la masa.
He puesto 160-170ºC porque tengo la impresión de que en mi horno los 170ºC se corresponden más bien a 160ºC, pero mejor probad; si veis que se empiezan a dorar demasiado pronto bajad la temperatura.
Si no os gusta demasiado el aroma de azahar podéis no añadirlo o sustituirlo por aroma de vainilla, corteza de limón... lo que más os apetezca; claro, que ya no serán malenas.
Han salido bastantes menos magdalenas de las que esperaba y han volado, de modo que he tenido que hacer otra tanda. El problema ha sido que he acabado el bote de miel y no he sido capaz de abrir el otro, de modo que he tenido que sustituir unos 50 gr de miel por azúcar moreno. Ni tan mal, la verdad.
Si alguien no ha probado aún un buen mojito, ¡está tardando! No hay cóctel mejor para los días de calor que nos acechan desde hace un par de semanas.
El año pasado, aprovechando que teníamos una terracica, Víctor plantó unas cuantas cosas: perejil, tomates, eneldo, guisantes... ¡y hierbabuena! Utilizó semillas para todo excepto para esta última, pues no íbamos a tener paciencia suficiente para esperar a que creciera. La mitad de las cosas no salieron en su momento, lo están haciendo ahora, de hecho, pero la hierbabuena se multiplicó hasta llenar una maceta grande entera y no íbamos a dejar que se secara ¿no? Así que hacíamos mojitos día sí, día también.
Este año, en cuanto las temperaturas han alcanzado las dos cifras ha vuelto a crecer, de modo que en casa ha quedado inaugurada la temporada de mojitos.
Se trata de un cóctel de origen cubano elaborado a base de hierbabuena, lima, azúcar, ron y soda, aunque nosotros siempre utilizamos Sprite, que suaviza algo más el alcohol. Normalmente se sirve en vasos de tubo ligeramente anchos, pero como no todos tenemos, no pasa absolutamente nada por usas vasos normales y corrientes.
Sabed también, que si hay algún abstemio o alguna embarazada por aquí leyendo, puede hacerse sin alcohol, pues al final lo que lo caracteriza es la hierbabuena.
Ponemos en el fondo de cada vaso un puñado de hojas de hierbabuena, una cucharadita de azúcar morenos y el zumo de 1/4 de lima, y con la ayuda del pilón de un mortero las machacamos, presionando y girando para sacar todo el jugo de la hierbabuena.
Después llenamos las 2/3 de los vasos con hielo picado y añadimos 3-4 dedos de ron, dependiendo de cuán fuerte nos guste. Vertemos ahora el Sprite hasta llenar los vasos, ponemos las pajitas, removemos bien, decoramos los mojitos con unos gajos de lima u hojas de hierbabuena y ¡listo!
Lo mejor es que empecéis por no pasaros ni con el azúcar ni con el ron. Si no os parece los suficientemente dulce, añadís un poco más de azúcar moreno y si os gustan los mojitos algo más fuertes, pues echáis un poco más de ron. Es más fácil corregir cuando están suaves, pues no tenéis más que echar una pizca de ron y listo, pero si os habéis pasado, tendréis que pegar unos cuantos tragos hasta tener el espacio suficiente para poder compensarlo con el Sprite.
Si no tenéis picadora de hielo, como es mi caso, metéis unos cuantos cubitos en una bolsa para congelados, la colocáis sobre un paño de cocina y lo machacáis también con el pilón del mortero.
El mojito original se hace con soda, pero como no nos va demasiado, preferimos hacerlo con este tipo de refrescos. Somos un poco nenas, qué le vamos a hacer.
Luego, las cantidades de azúcar y de ron son algo orientativas, lo mejor es que probéis y añadáis o quitéis según prefiráis.
Poca hierbabuena, creo yo, que hemos usado esta vez.
Ahora que llega el calor apetecen un poco menos los platos de cuchara, y más las ensaladas y platos frescos y ligeros, ¿verdad? Pues aquí tenemos unas patatas a la vinagreta, que no deja de ser una ensalada de patata, conocida más bien como ensalada campera.
Es un plato que admite prácticamente cualquier cosa, pimientos, cebolleta, tomate... pero en lugar de la mayonesa que a menudo se utiliza, la aliñaremos a la antigua usanza, con un buen aceite de oliva virgen extra y vinagre, el que más rabia os dé. Resulta de este modo mucho más sana y ligera, y no por ello menos rica.
Pelamos, lavamos y cortamos en cubos las patatas. Después las ponemos en una cazuela, las cubrimos con agua, echamos sal y dejamos que se hagan durante unos 15 minutos desde que el agua rompa a hervir. Estarán hechas cuando al pinchar con un palillo, éste las atraviese fácilmente. Las escurrimos y dejamos enfriar.
Mientras se hacen las patatas ponemos los huevos a cocer en agua con sal, 10 minutos a contar desde que el agua empieza a hervir. Los escurrimos y también dejamos enfriar. Después los pelamos y los cortamos en 4 a lo largo.
Repartimos las patatas en dos platos y hacemos lo mismo con el resto de los ingredientes, colocando cada trozo de huevo en una esquina. Echamos una pizca de sal, una buena chorretada de aceite, otra de vinagre y ¡listo!
Hay que tener cuidado con las patatas, pues una vez están hechas, si las dejamos un poco más se romperán y desharán. Procurad que el hervor no sea demasiado fuerte.
Los huevos, en base a mi experiencia, diría que se pelan mejor cuando aún están templados tirando a calientes, pero como no siempre funciona...
Las patatas a la vinagreta son un plato que debe servirse bien frío, de modo que si lo metéis en el frigorífico unas horas antes mejor.
Si queréis que se mezclen bien los sabores, podéis mezclar todos los ingredientes en una fuente junto con el aliño y servir después.
En cuanto al vinagre, lo mejor es que cada uno se eche lo que quiera, pues no a todo el mundo le gusta.
Suelo añadirle palitos de cangrejo, pero no tenía, una pena.
Son sabores poco habituales por aquí, debido a la nata agria y a las hierbas aromáticas que utilizan, pues aunque les llamen tomillo en algunas tiendas del este no lo son. Éstas me las trajeron de su último viaje a Moldavia, y por desgracia ya nos quedan poquitas. Se usan mucho en guisos y sopas como borsch (la haré, por supuesto, que a su madre le sale... de vicio), pues dan un aroma espectacular.
Lo mejor de este plato es la salsa, el pollo casi podría ser prescindible si no fuera porque también aporta sabor. Normalmente lo hacemos con bastante salsa para que luego sobre y comerla con pasta o directamente con pan.
Está delicioso, es fácil de hacer y además barato, algo que se agradece en los tiempos que corren.
- Hierbas aromáticas: las encontraréis en tiendas de productos del este; aunque no es así, pone que es tomillo.
*Se encuentran en tiendas rusas o del este. Si no, podéis usar crème fraîche, que aunque no es igual se parece.
Lo primero que debemos hacer es quitar la grasa del pollo y si queremos también la piel. Si no le hemos quitado la piel, ponemos aceite en una cazuela y doramos el pollo por ambos lados. Si se la hemos quitado nos saltamos este paso.
En ese mismo aceite pochamos las cebollas picadas y después añadimos las cebollas peladas y en rodajas. Una vez tenemos la cebolla transparente y bien hecha agregamos el pollo, la pimienta, la sal, el tomillo, el romero y un ramillete de hierbas. Cubrimos con agua hasta unos 3 dedos por encima y dejamos que se haga durante 30-40 minutos, dependiendo del tamaño de los trozos de pollo.
Pasado este tiempo añadimos la nata agria, removemos y dejamos que hierva a fuego fuerte 5- 10 minutos más para que espese un poco. Comprobamos el punto de sal y ¡listo!
Si le habéis quitado la piel al pollo no conviene que lo doréis antes, pues se sellará y no penetrarán los aromas.
Si al hervir empieza a aparecer mucha espuma en la superficie la vais retirando.
Si no encontráis esas hierbas aromáticas de las que hablo, sed generosos con el tomillo y el romero, y si tenéis alguna hierba aromática similar que creáis que le puede ir bien adelante. De todos modos, lo que le da ese sabor tan característico a este plato es la nata agria y estas hierbas.
El pollo podéis trocearlo o no, según veáis. Si lo troceáis tardará menos en hacerse que si dejáis enteros los cuartos traseros.
Si queréis la salsa más espesa podéis añadir algo más de nata agria y darle el hervor fuerte durante más tiempo. Si la queréis más ligera, podéis no darle el último hervor e incluso añadir algo más de agua.
En cuanto a las hierbas, si bien he dicho son las que le dan el sabor tan característico, podéis sustituirlas por aquellas que más os gusten.
Cuando le he dado el último hervor se me ha olvidado y para cuando me he acordado se había empezado a pegar un poco al fondo. Lo he cambiado de cazuela rápidamente y he podido salvarlo, menos mal.
Este pasado ha sido un fin de semana algo ajetreado, aunque también porque yo me lo he buscado. Como el sábado venían a comer unos amigos a los que les encanta la tarta de queso y es de las que necesitan varias horas para cuajar, tuve que prepararla el día anterior. Como además iba a encargarme de la tarta de cumpleaños (el carrot cake) de la tía de Victor para el domingo y el sábado no me iba a dar tiempo, también me puse manos a la obra el viernes. Y como debí de pensar que tenía poco trabajo, aprovechando que ponía el horno en marcha preparé un brownie. Es que cuando me pongo a cocinar, hay veces en que no tengo límites.
Ya hice una vez unos muffins de zanahoria, pero hasta ahora no había hecho un auténtico carrot cake, con frosting de queso y todo. Y para todos aquellos a quienes no termine de convenceros eso de echar zanahoria a los postres, ¡probadlo! El sabor es dulce y muy sutil, y además la jugosidad que aporta es indescriptible. Casi ni importa cuánto tiempo lleve hecho el bizcocho, que aguantará sin secarse (tampoco vale dejarlo un mes cortado y sin tapar, claro).
Batimos los huevos con el azúcar, agregamos el aceite y volvemos a batir. Añadimos la zanahoria y el jengibre rallados y mezclamos bien.
Tamizamos en un bol la harina con la levadura, el bicarbonato, la sal, la canela, la nuez moscada y las nueces picadas, y añadimos poco a poco la mezcla líquida, mezclando con la ayuda de una espátula.
Una vez está todo bien integrado, vertemos la masa del carrot cake en un molde engrasado y lo horneamos a 190ºC durante 50-55 minutos, o hasta que pinchando en el centro con un palillo éste salga limpio. Lo sacamos y lo dejamos enfriar sobre una rejilla.
Para hacer el frosting de queso:
Batimos la mantequilla en pomada hasta que esté cremosa y luego añadimos el queso. Batimos de nuevo y agregamos el azúcar. Seguimos batiendo hasta que tenemos una mezcla firme y homogénea.
Una vez frío el bizcocho, lo abrimos por la mitad, colocamos una generosa capa de frosting y lo cerramos de nuevo. Después con la ayuda de una espátula lo cubrimos entero, espolvoreamos un poco de canela y ¡listo!
El tiempo de horneado del carrot cake depende tanto del horno como del molde que hayáis utilizado. Yo he usado un molde de pequeño diámetro, de modo que me ha quedado bastante alto y ha tardado algo más en hacerse que si hubiese sido un molde más ancho y bajo, de modo que no os toméis los tiempos al pie de la letra y echadle un vistazo de vez en cuando al horno.
Cuando lo cortéis tened paciencia, pues los tropezones de nuez entorpecen un poco el avance de la sierra o el cuchillo.
Para poner una generosa capa de frosting en medio, lo mejor es que una vez hayáis cortado el bizcocho, encajéis la parte de abajo en el molde de nuevo, pongáis tanto frosting como queráis y lo tapéis. Después lo volvéis a desmoldar y no perderá la forma ni se aplastará demasiado el frosting desparramándolo.
A mí no me gusta demasiado especiado porque si no tapa mucho el sabor de la zanahoria, y ¿para qué llamarlo carrot cake? Pero como para gustos se hicieron los colores, podéis doblar la cantidad y echar un poco de clavo o de pimienta incluso.
Y para el frosting, si sois muy dulzones, también podéis doblar la cantidad de azúcar. A la hora de decorarlo podéis hacerlo como más os guste. Podéis cubrir el bizcocho tal cual, o coger una manga pastelera y hacer unas rosas, unos volantes...
Me ha costado abrirlo por la mitad Dios y ayuda. He utilizado la sierra esa que tiene un alambre, y cuando pillaba algún trozo de nuez no había manera de avanzar, me recordaba a las dislocaciones (si alguien ha dado algo de metalotecnia lo entenderá, y sí, lo sé, es muy friki). Al final por cizalladura las he evitado, pero me ha costado lo mio.
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Hace tiempo vi en Directo al Paladar una receta de cupcakes de Coca Cola que me llamó muchísimo la atención y decidí que algún día tendría que probarla. No me va mucho la Coca Cola, de hecho sólo la bebo si es en un buen kalimotxo, pero a Víctor sí, de modo que por fin me he puesto manos a la obra.
Han sido algo decepcionantes, la verdad, porque si esperáis encontraros comiendo una Coca Cola sólida, dulce y esponjosa, ya podéis iros olvidando, apenas da sabor. Todas las recetas que he visto por la red son similares, de modo que haré algún que otro experimento en el futuro para conseguir un aroma más intenso y os comentaré.
En cualquier caso, malos no están, saben más a cupcakes de chocolate que a otra cosa, pero si queréis saciar vuestra curiosidad igual que me ha ocurrido a mí, aquí tenéis la receta.
Ponemos a calentar al fuego la mantequilla con la Coca Cola y el cacao en polvo. Cuando la mantequilla se ha deshecho y el cacao disuelto, lo retiramos del fuego y lo pasamos a otro bol para que temple un poco. Añadimos el kéfir, la yema de huevo y los azúcares y mezclamos.
Tamizamos la harina, la levadura y el bicarbonato y vertemos la mezcla de ingredientes líquidos encima poco a poco. Mezclamos con la ayuda de una espátula hasta tener una masa homogénea.
Montamos la clara a punto de nieve con la pizca de sal y la agregamos suavemente y realizando movimientos envolventes también con la espátula.
Rellenamos las cápsulas para cupcakes hasta las 3/4 partes y los horneamos a 180ºC durante 23-25 minutos. Los sacamos y los dejamos enfriar.
Para hacer el frosting de queso:
Batimos con unas varillas la mantequilla en punto de pomada hasta que quede cremosa, añadimos el queso y continuamos. Después el azúcar y por último el colorante hasta tener un tono bastante intenso.
Metemos el frosting en una manga pastelera con una boquilla rizada grande y hacemos una pequeña espiral en el centro de cada cupcake. Después colocamos una gominola sobre cada uno de los cupcakes de Coca Cola y ¡listo!
Para hornear los cupcakes lo mejor es hacerlo en las bandejas especiales para ello, pues crecen de forma más uniforme y no se deforman. Os aseguro que es una de las mejores compras que he hecho en los últimos meses.
En cuanto al sabor a Coca Cola, lo que voy a hacer la próxima vez para intensificarlo va a ser reducirla bastante al fuego para que se concentren los aromas. Otra opción sería usar polvos de Coca Cola.
Si tenemos de esos polvos de Coca Cola, se le pueden añadir al frosting en lugar de echar azúcar avainillado, y de esta forma tendríamos aún más sabor.
El sabor a Coca Cola no se nota, exceptuando algún cacho pequeño de algún cupcake en el que se ha debido de concentrar algo más. Probaré lo que he comentado en 'Pequeños consejos' pero a mí no me dicen mucho, claro que tampoco soy muy amante de la Coca Cola, que si la bebo es siempre con vino.